En los primeros días del mes de febrero pasado viajé a Olavarría, motivó este viaje colaborar con la organización del X Encuentro de nuestra comunidad. Sabia de la existencia de un joven luso-descendiente – con Nacionalidad Portuguesa – que vive en esa ciudad, y que sufre una discapacidad motriz del 95%. Se aproximaba un Encuentro de personas con discapacidades, organizado por la Secretaria de Estado de las Comunidades Portuguesas; este programa llevará a Portugal, a personas de diferentes lugares del Planeta.
Hablo con los padres de Fernando (así se llama el protagonista de nuestra historia), y quedé esperando una respuesta suya. La respuesta no tardó mucho en llegar, al otro día con el sí, me llegó de regalo un ejemplar del libro que Fernando Menino publicó no hace mucho tiempo: “Poemas desde… ABAJO”.
Después vino su inscripción en el programa, y a esperar sí era seleccionado…
Esta fue mí humilde intervención, el resto de la historia la tendrá que seguir escribiendo Fernando. La semana que viene, se va a Portugal. Mientras esperamos sus opiniones, los invito a conocerlo un poco más y transcribo algunos párrafos de la nota que le hicieron para el diario de Olavarría “El Popular”, el 13 de abril de 2008.
Antonio Canas
Después de cinco años, Fernando Menino vuelve a Portugal. Con unas vidas más en el cuerpo, más acidez en la mirada y otra madurez, el 3 de mayo se embarca en Ezeiza. Va a representar a la Argentina en un encuentro de discapacitados de las comunidades portuguesas en el mundo. Su silla motorizada, archimoderna para estas tierras, llegó con él desde Europa en aquellos años. Ahora que vuelve -y para un congreso- se pregunta "qué digo de mi país y de mi ciudad". Y enumera. "Que el discapacitado está desamparado. Que hay una ley que no se cumple jamás". Que transita entre la discriminación y la pena. Que está harto de que le quieran dar monedas cuando se para en el centro. Que está condicionado por un "canon salvaje de belleza". Que los obstáculos de la arquitectura ciudadana terminan encerrándolo en su casa. Todo con una temible lucidez y un lenguaje de extrema crudeza.
La charla con un consejero de las comunidades portuguesas terminó con una invitación a inscribirse, sin ninguna seguridad. Su libro de poemas fue, también, una carta de presentación. Pocos meses después recibió la noticia: había que prepararse para viajar.
En cinco días portugueses intercambiará dolores y fuerza con pares de todo el planeta. "Se va a hablar sobre la discapacidad como asunto social y quieren que nosotros expongamos nuestra realidad en cada país". El viaja representando a Olavarría y a la Argentina y se siente urgido por semejante responsabilidad. Con la verdad dándole vueltas por propia experiencia de calle, de todos los días. Porque Fernando anda y anda con su silla motorizada, de una punta a la otra. "Más allá de todo, el desinterés de los líderes se traslada a la ignorancia de la gente", dice y lo repite a veces con un profundo hastío.
La pregunta es "qué digo en el exterior". La verdad. No hay alternativa. "Que el discapacitado está desamparado, que hay una ley en vigencia que no se cumple jamás, con un total desinterés por parte de la comunidad política porque no somos una cantidad importante entonces no tenemos peso como votantes; que tengo que vivir todo un mes con 40 euros. Porque cobro 200 pesos de una pensión graciable de la Provincia con una cobertura de salud que es IOMA".
Sus aspiraciones son cortas. "En mi caso es inviable un laburo. Mi situación física es bastante jodida; tengo una discapacidad del 95 por ciento". La imposibilidad comienza desde el traslado: "no hay un maldito colectivo con rampa. Si me muevo en la silla, en verano ando más o menos bien. En invierno, con mala circulación, con un frío terrible, llego al laburo sin poder mover una mano para apretar un botón. Ninguna empresa está adaptada para un discapacitado. Si tuvieran un acceso, un baño, cuando tengo que ir me tienen que llevar. Y hay dos tipos que tienen que dejar de laburar veinte minutos porque yo tengo que orinar". Para colmo, "el trabajo que yo puedo hacer no es productivo. Y todo me cuesta el doble. Lo que me pueden llegar a pagar no es acorde con el esfuerzo que yo puedo hacer".
Su sueño es, crudamente, su única posibilidad de trabajo: "tener un lugar en la Municipalidad y poder decir yo me encargo de que la Ley de Discapacidad se cumpla. Visitar los negocios, controlar.
"El otro día me paré en Rivadavia y Belgrano" cerca de unos bancos de cemento que la Municipalidad ha construido con pésimo gusto, según coinciden entrevistado y cronista. "Había una familia tomando un helado. De pronto escucho ¡Señor! Y viene un nene ofreciéndome dos pesos. Le tuve que aclarar que no andaba pidiendo... Después una señora pasa y me quiere dar una monedita. ¡Se ofendió porque no se lo acepté!". Entonces concluye en que "hay un trasfondo bastante complejo de educación". Cuando la analogía discapacitado = mendigo se transforma en el pináculo de todos los prejuicios.
"La problemática más dolorosa es ver a la gente cómo te mira. Y yo leo las miradas, las percibo al toque. Ese `pobrecito, mirá cómo está´, es matador. Y tiene que ver con que uno no quiere ser discapacitado. Al imaginarse en ese lugar, no quiere estar. Por eso discrimina, aleja, separa". Fernando Menino es inclemente en los análisis. Con él y con el resto del mundo. Y lo peor: su descripción es geométricamente exacta.
Fernando con su libro: "Poemas desde... ABAJO"